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Las cualidades de Trump no son empresariales: son de “reality show”

7 / 09 / 2016 – Artículo publicado previamente en el blog “EE.UU. y mercados emergentes” de CincoDías.com

Cuando en 2015, Donald Trump anunció que se presentaba a las elecciones presidenciales de noviembre de 2016, nadie daba un duro por él. Más conocido por el “reality show” llamado de “Apprentice”, que hizo entre 2004 y 2015, que le hizo famoso por la frase “you are fired!” (¡estás despedido); con mucha notoriedad, también, debido a la gestión a modo de franquicia de los concursos de belleza de mujeres “Miss America” y “Miss Mundo”, la gente y el mundo empresarial y político olvidó que los orígenes de Trump eran el mercado inmobiliario, los casinos y hoteles y el haber publicado muchos libros sobre el éxito empresarial, que llevan su nombre pero que no ha escrito él. Con cinco bancarrotas y varias suspensiones de pagos a sus espaldas, pocos le reconocían credenciales empresariales sólidas.

En el ámbito estrictamente político, menos aún. Nunca ha ejercido un cargo electo. Todavía peor: durante todo el proceso de primarias de su partido demostró ignorarlo casi todo en materias de economía, seguridad nacional, relaciones internacionales geopolítica y geoestrategia, etc. Sin embargo no es que ganara las primarias de su partido, sino que arrasó en ellas. ¿Cómo? Actuando como en uno de sus realities shows: a cada candidato republicano le puso una etiqueta, que escandalizaba a los líderes del partido republicano -por lo general, bastante educados- pero aludía a las pasiones más profundas de un electorado blanco tremendamente conservador, alejado del sistema, que casi nunca vota y que es de clase baja: viendo a Trump insultando a los “patricios” conservadores,”diciendo la verdad”, exagerando sus méritos o inventándoselos y utilizando fáciles slogans: “los latinos son asesinos, violadores y narcotraficantes”; “voy a construir el muro más bello del mundo y México va a pagar por ello”, “hay que impedir la entrada de musulmanes en América”, “seré el mejor presidente que Dios ha creado”, “las mujeres son cerdos”, “los negros vivís en la pobreza y en la violencia, ¿qué c… tenéis que perder si me votáis a mí?”, “McCain es un perdedor porque fue capturado”, etc. Le votaron 15 millones de personas. A Hillary, 18 millones. Si uno lo piensa, la suma de quienes en primarias han elegido a ambos candidatos no excede del 9% del electorado total, en un país de 323 millones de personas.

Hasta hace dos semanas, aunque esa estrategia le valió para batir a sus rivales republicanos, no le fue útil en su lucha contra Hillary. Era la locura desenfrenada frente a la sensatez y la experiencia. Hasta que, por segunda vez, Trump cambió de equipo electoral, escogiendo a un experto en comunicación política y a una socióloga conservadora que hace encuestas y le provee de mensajes. De la noche a la mañana, Trump pidió perdón por los insultos. Se congració con mujeres. Lo intentó con los hispanos en México, con los veteranos en casa, con los afroamericanos en sus iglesias. En vez de improvisar y dejarse llevar, Trump empezó a leer discursos.

Al final, la estrategia ha rendido sus frutos. Mientras Hillary Clinton tiene que lidiar con las cuestiones de la Fundación Clinton y el uso de un servidor privado para sus correos electrónicos cuando era Secretaria de Estado, Trump se ha mostrado “presidencialista”. Y el partido republicano, con dinero y recursos humanos y la nariz tapada, le apoya. ¿Consecuencia? Trump gana hoy a Clinton por dos puntos porcentuales en las encuestas. Estadísticamente, no significa nada. Simbólicamente, sí.