Blog

Retos económicos y políticos de EEUU al final de la era Obama

17/01/2015 – Artículo publicado previamente en el blog “EE.UU. y mercados emergentes” de CincoDías.com

En 2015 se inicia el final de la era Obama. Así sucede siempre en los dos últimos años del segundo mandato de un presidente estadounidense. Máxime si, como suele ser habitual, el poder legislativo es de signo contrario, indicativo de que corren nuevos tiempos y que la población está necesitada de un cambio. El propio Obama lo ha dicho en alguna ocasión: “en 2008, yo era noticia fresca. Ahora ya no soy noticia”.

Bill Clinton gobernó sus dos últimos años con un Congreso republicano. George Bush lo hizo con una Congreso demócrata. Obama vuelve a revivir la era Clinton. Entre 2015 y 2016, período pre electoral en Estados Unidos, porque en noviembre de 2016 habrá elecciones presidenciales y, en 2015 los potenciales candidatos están calentando motores y empezando a recolectar fondos. La de 2016 será, con toda probabilidad, la campaña electoral más cara de la historia. Podría haber, también, un duelo al sol, entre Hillary Clinton y Jeb Bush.

En 2015 y 2016, Obama tratará de conseguir dos objetivos: por un lado, alcanzar los retos que se ha propuesto. Por otro, consolidarlos –puesto que son continuidad de sus políticas de los seis años previos- para que, parafraseando a Bill Clinton, Obama pueda constituir su propio legado como presidente.

El primer reto que tiene Obama por delante es el de la aceleración del crecimiento económico con fuerte creación de empleo. El presidente quiere llegar a finalizar su mandato con crecimientos del PIB superiores al 3% anual y pleno empleo (tasa de paro del 5%). Para ello, habrá de aumentar la tasa de participación, especialmente entre los jóvenes y los desanimados. Cada vez más, los autónomos serán protagonistas de la vida del trabajo en Estados Unidos, como en el resto de Occidente. Lo destaca The Economist en enero de 2015. Será menester subir los tipos de interés paulatinamente (le corresponderá a la FED), al tiempo que se produce la reducción de estímulos a la economía durante 2015.

El PIB americano que saldrá de la recuperación tendrá, por un lado, fuerte demanda interna (cada vez más consumo privado y público e inversión). Pero también habrá de haber exportaciones y será necesario culminar los acuerdos de libre comercio, tanto el pendiente con la Unión Europea (TTIP) como con los países de Asia Pacífico: es lo que Hillary Clinton denomina el giro estratégico de Estados Unidos hacia Asia, tras los fallidos intentos en Oriente Medio, por un lado, y la amenazadora y creciente influencia de China en la región.

El gran riesgo para la recuperación económica americana es la desaceleración en la zona euro, China, Brasil y Rusia. Y que todos juntos, tiren de Estados Unidos para abajo, porque Estados Unidos no sea capaz de tirar de ellos para arriba.

El legado del presidente no sería completo, si no se consolidan las reformas iniciadas. La reforma de la sanidad arrancó con mal pie, pero son ya muchos los millones de norteamericanos que se benefician de ella y está siendo motor del crecimiento económico.

La reforma financiera, de la que ya hablamos en obras previas, debe aún ser implementada. Quedar por aplicar la letra pequeña –desarrollo normativo- del 40% de la ley Dodd Frank.

La reforma de la inmigración ni siquiera ha sido incoada (aunque una versión bipartidista llegó a ver la luz en el Senado): a finales de 2014, Obama ha impedido la deportación de cinco millones de hispanos, pero la realidad es que la ansiada reforma no avanza, debido a la falta de acuerdo entre republicanos y demócratas. Estados Unidos tiene quince millones de latinos viviendo y trabajando ilegalmente en el país. Su peso demográfico es cada vez mayor y también el electoral. Los republicanos temen un país diverso y muy distinto al heredado de sus abuelos, y los demócratas ven una oportunidad en abrazar esa diversidad de la que se nutren.

El aumento de los niveles de renta familiares a partir de 2015 habrá de estar en la agenda de Obama en materia de política económica interna. La salida de la crisis se ha saldado con aumentos de productividad (gracias a las tecnologías de la información y congelación de salarios): es tiempo, ya, de que los ciudadanos se beneficien de la recuperación económica, con una mayor capacidad para ahorrar y gastar.

Las elecciones presidenciales de 2016 marcarán también en parte la agenda del presidente, porque recibirá presiones de los contendientes demócratas que ya se van preparando para la batalla electoral.

Desde un punto de vista sociodemográfico, Obama tendrá que lidiar con tres grandes retos: las tensiones raciales, reducir la disparidad de ingresos entre ricos y pobres, y asegurar la movilidad social o el llamado “Sueño Americano”. Este tercer punto va a ser la gran baza electoral de Hillary Clinton en 2016, recordando a los electores los logros económicos conseguidos por su marido en los años noventa.

Desde un punto de vista político, para Obama no va a ser fácil conseguir estos objetivos, porque va a tener enfrente a todo el poder legislativo (Cámara de Representantes y Senado, en manos republicanas). Por tanto, Obama tendrá que conjugar el gobernar por decreto ley, y el llegar a compromisos con los republicanos, sabiendo que esto último no le ha sido fácil en seis años de presidencia.

La política internacional, por último, es el reto en el que suelen refugiarse los presidentes en sus dos últimos años de mandato. En cualquier caso, hay problemas que requieren la atención real de Obama, empezando por el restablecimiento de las relaciones con Rusia, tras los enfrentamientos por Ucrania.

En Oriente Medio hay compromisos ineludibles. Primero, la retirada con honor de guerras inconclusas, como Irak y Afganistán. Pero también el conflicto en Siria, donde Obama se había autoimpuesto unas líneas rojas que él mismo acabó saltándose, para no tener que involucrarse más en la guerra civil que asola ese país. La aparición de ISIS, en Irak y Siria, y los ataques en Occidente perpetrados por islamistas radicales –como los terribles sucesos de Francia en enero de 2015- obligarán a Obama a no desligarse del único lugar del mundo del que quería marcharse. También habrá de involucrarse más con Pakistán, porque los talibanes están no fuera, sino dentro de sus fronteras, y el armamento nuclear pakistaní corre peligro: Norteamérica habrá de acudir en su auxilio, y poner dinero y armas encima de la mesa.

Obama desea que Irán deje de ser un problema. A Estados Unidos no le ha molestado que Irán y Hizbulá luchen contra el Estado Islámico (ISIS) en Siria e Irak, pero a Israel –y, por tanto, a Estados Unidos- no le hace ninguna gracia que Irán pueda convertirse en una potencia nuclear. De manera que las negociaciones para que el país persa termine con su programa de enriquecimiento de uranio continuarán durante 2015 y 2016. El presidente de Irán, el más moderado de los últimos presidentes que ha tenido el país, Hasán Rouhaní, tiene la presión de una población que no quiere quedarse aislada del mundo, que siente la presión de los países musulmanes sunníes (especialmente su enemigo Arabia Saudí) y que quiere mejorar su nivel de vida, para lo que es menester levantar las sanciones económicas internacionales al régimen iraní. Todo indica que Rouhaní es un clérigo-político-presidente pragmático, que se esforzará por alcanzar un acuerdo.

Mencionar Irán es sacar a colación el Acuerdo de Paz en Oriente Medio, entre palestinos e Israel. Por ahora, tras los varios intentos frustrados que muy bien narra Hillary Clinton en “Hard Choices”, es altamente probable que Obama se tome un respiro en esta cuestión, al menos hasta ver qué dilucidan las elecciones en Israel de 2015.  El actual primer ministro, Benjamín Netanyahu no tiene una especial buena relación con Barack Obama, y sus enfrentamientos, aun suavizados ante la opinión pública, son ya famosos. Probablemente, como ya hicieran George Bush y Condolezza Rice, Obama intente muy al final de su mandato una última iniciativa de paz auspiciada por Estados Unidos.

Por último, una cuestión simbólica: el inicio de una mayor normalización en las relaciones con Cuba no significa mucho ni política ni económicamente. Pero tiene una gran trascendencia histórica.